De hecho, Dominic existe: coincidí con él en una fiesta, nos dimos los teléfonos y jamás llamó. No importa. Fue la solución perfecta en la fiesta de compromiso de mi hermana, cuando, para variar, mi madre me agobiaba con su angustia por mi futuro. Me inventé el novio perfecto: «mi» Dominic.
Creí que lo tenía todo bajo control (y a mi madre, a raya) hasta que llegó la invitación a la boda de mi hermana.
Y Dominic no podía faltar.
Aún me pregunto por qué lo hice: recurrí a una agencia para alquilar un novio. Ahora sí que me había metido en un lío.
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